Parte I
Por: Rodolfo Sanz
La invitación al debate ha sido hecha pero es necesario ubicarnos en el momento que vive la Revolución Bolivariana, lo cual condiciona el tipo de discusión a desarrollar. Obviamente, entre socialistas verdaderos la confrontación de ideas debe orientarse hacia la búsqueda de los elementos que permiten la clarificación del rumbo socialista. En tal sentido, el debate no puede ser entorno a nociones abstractas, sino acerca de los problemas cruciales de la transición o construcción socialista.
Lo que se requiere no es un debate sobre Teoría o Ideología pura. En esta etapa, luego de la tragedia que ha significado la muerte física de Hugo Chávez, la discusión necesaria debe ser propositiva. No tendría ningún sentido agotarnos en confrontaciones seudoteóricas estériles, del tipo que siempre acompañó a buena parte de la izquierda latinoamericana en las décadas del 50, 60 y 70 del siglo XX, que no conducían a otra cosa que no fuese la división y atomización de las limitadas fuerzas progresistas o revolucionarias.
Una de las contribuciones históricas de Hugo Chávez, es haber podido cambiar radicalmente la historia de esa vieja izquierda que nunca pudo llegar al poder porque en sus interminables debates sobre la teoría y la ideología, además de las adscripciones a determinados campos internacionales, terminaban mirándose el ombligo desconectados de la realidad de sus países.
Tiene poca utilidad referirse a lo que pudo haber sido y no fue. De nada sirven los lamentos ni el recordar lo que alguien dijo y no se hizo. En la hora actual, tiene más valor mirar e interpretar el complejo presente con visión autocritica, pero sin perder la esperanza en el positivo horizonte que estamos obligados a construir.
Tengamos presente que en las academias la crítica teórica se valida en sus presupuestos conceptuales, y sirve a los intelectuales (profesores pensadores) para ascender en su estatus profesional. Esta crítica no busca producir cambios inmediatos en la realidad extra claustro universitario.
Pero cuando la crítica la ejercen intelectuales orgánicos vinculados a la confrontación diaria por la captura o conservación del poder para transformar la realidad, esta debe enfocarse en los aspectos medulares para resolver las contradicciones inscritas en la propia realidad, explicando sus múltiples determinaciones en el devenir de las cambiantes correlaciones de fuerzas que se presentan en la lucha concreta.
De tal manera que, el primer tipo de crítica (la académica pura) puede ser hasta inocente e inofensiva, total no genera efectos práctico–concretos, y no está llamada a sugerir cursos de acción hacia ningún lado. En cambio, el segundo tipo (la que se efectúa desde el corazón de la confrontación de poder) está obligada a validarse en la cotidianidad, a veces en medio de una verdadera guerra de posiciones (como en nuestro caso) y no puede, por tanto, ser ingenua o desprevenida con los efectos que puede generar para el desenvolvimiento de las fuerzas implícitas en la disputa por el poder.
Lo anterior nos permite inferir que no se trata de suprimir la crítica, sino de apreciar con certeza cuál es la direccionalidad del efecto que se pretende lograr con ella en un momento determinado. De allí que en la confrontación política donde está en juego el poder, no toda crítica es oportuna, no toda crítica debe ventilarse públicamente, por muy acertada que pueda ser, e incluso, así posea la fundamentación teórica sólida, porque al final se puede, terminar contribuyendo con el fortalecimiento del campo político adversario de la Revolución.
En política (que no es una actividad de monjitas o monjitos de la caridad humana) toda crítica tiene su tiempo y su espacio, lo cual la hace pertinente o impertinente. Nadie podrá convencer a quien está batallando diariamente contra fuerzas poderosas, con mucho apoyo logístico proveniente desde el exterior, de que una crítica, que contenga la frases de “vacío de poder”, “Ignorante del hecho económico”, “falta de liderazgo”; “ejercicio autoritario y dispendioso del poder”; “burda imitación del líder que ya no está”, pueda poseer una direccionalidad rectificadora dentro de la revolución. Que nadie se llame a engaño, tales juicios críticos validan el discurso político del campo adversario, debilitando el liderazgo de la Revolución, con lo cual se pone en riesgo la continuidad del control del poder del Estado, como requisito para sostener la Revolución.
En la Venezuela de hoy, entre los revolucionarios que tenemos la responsabilidad histórica de conducir un proceso de cambios tan asediado, lo que se está cuestionando no es el legítimo ejercicio de la crítica, sino la carga disidente implícita en muchas de ellas, la carga de deslinde reflejada en los conceptos que la sustentan y, por tanto, el efecto disolvente que causan sobre sectores que forman la base de sustentación del poder revolucionario.
Al admitir que estamos en tiempo de debate propositivo, y habiendo expuesto algunos criterios sobre la naturaleza de la crítica necesaria, pensamos que cuatro deben ser los requisitos para abordar el debate, a saber:
1.-La humildad y honestidad teórica de quienes estamos inmersos en el debate. Tener claro que nadie es poseedor de la verdad absoluta, ni ostenta el monopolio del conocimiento científico. Ningún ser humano en este planeta posee en su cerebro la formula acabada del socialismo, a la cual deban adscribirse todos los demás de forma automática.
2.- Tener conciencia de que no todo lo hecho hasta ahora dentro de la Revolución Bolivariana es bueno, pero tampoco podemos considerar que todo ha sido malo. Y que las contradicciones que puedan surgir como alertas para rectificar errores, corregir entuertos o construir nuevos caminos, están indefectiblemente conectadas a lo construido en estos últimos 15 años, de modo que las nuevas observaciones constituirán rupturas en la continuidad del proceso que inició y condujo el Gigante Hugo Chávez.
Que nadie se espante con el debate. Las Revoluciones son históricamente así. Recordemos lo afirmado por Carlos Marx en el 18 Brumario de Luis Bonaparte:
“…Las revoluciones proletarias, como las del siglo XIX, se critican constantemente a sí misma, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo, se burlan confianzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parecen que solo derriban a su adversario para que este saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias, gritan: HicRhodus, hic salta! ¡Aquí está la rosa, baila aquí!...”
En su época, V.I. Lenin tuvo que retroceder en su afán por superar al capitalismo con una política de confrontación directa. Tuvo que apelar a una NEP (Nueva Política Económica, nombre con el cual se conoció todo un período) que significó el restablecimiento de las categorías y prácticas mercantiles propias de la economía de mercado, en una táctica de superación indirecta controlada.
El proceso chino es otra demostración de que no es tan lineal y fácil la transición que busca erradicar el modo de vida del capital. La Revolución China ensayó múltiples formas de aproximación a una economía socialista, hasta que se vio obligada por la fuerza de su realidad social y las presiones del mercado mundial, a producir un salto económico que, en mucho, representa una convivencia forzosa y contradictoria con el viejo sistema económico.
En nuestra latitud, el socialismo cubano avanza en un proceso de actualización socialista, en el cual inevitablemente tendrá que aplicar políticas económicas proscritas en la concepción socialista ortodoxa, pero obligadas por una realidad de escaso desarrollo de sus fuerzas productivas, a propósito de un bloqueo que dura más de 50 años, que ha dificultado la construcción de una economía independiente de las fuerzas de la globalización capitalista. Lo decisivo en esto, es que el poder del Estado, continúa bajo estricta dirección de los mandos socialistas y revolucionarios, para evitar cualquier tipo de restauración capitalista a gran escala, que pueda afectar la naturaleza socialista de esta Nación.
Así son las revoluciones, las del siglo XIX, XX y las del siglo XXI con toda seguridad, avanzan, retroceden, vuelven avanzar, son en definitiva, como la vida humana misma.
3.- Que en plano de la construcción socialista en el mundo actual ya no son posible las rígidas formulas del socialismo del siglo XX. Y en tal sentido, los dogmatismos ideológicos no pueden sustituir la realidad. El socialismo no es un mundo ideal que flota en el cerebro de algunos seres humanos, por muy brillantes que estos sean intelectualmente, por el contrario, representa un enorme desafío dentro de lo que es posible hacer, en un proceso de ejercicio de suprema inteligencia para interpretar y actuar correctamente conforme a los cambios que se van produciendo en la realidad nacional e internacional. De mucha audacia para aprovechar los momentos para avanzar, pero también, de marchas a veces forzadas y contramarchas obligadas.
Un asunto, que a veces es de difícil compresión para muchos, es que el socialismo en el siglo XXI no es posible construirlo como sistema sólo desde o con el Estado, sobre todo, en las naciones débiles de la periferia capitalista. Para alcanzarlo (nadie puede afirmar en qué tiempo) se requiere de una alianza del Estado, dominado por la vanguardia socialista, con el sector más productivo del capital nacional, dispuesto a construir un modelo económico compartido, un aparato industrial con capacidad para producir en cantidad y calidad bienes que satisfagan la demanda del mercado interno, resolviendo las necesidades fundamentales de la población (sobre todo, la más pobre) y generando excedentes para el mercado internacional.
Hay que tener presente que el socialismo no es un sistema que procura sólo el desarrollo de las fuerzas productivas materiales, sino que simultáneamente busca transformar la conciencia y la cultura hegemónica, y que a veces los cambios económicos materiales no llegan a coincidir con los cambios ideológicos y culturales. Generalmente sus ritmos son desiguales y contradictorios, y muchas veces las transformaciones económicas pueden apreciarse en el corto y mediano plazo, mientras las que se producen en el cerebro humano tardan muchísimo más tiempo.
En Venezuela, a las condiciones y dificultades propias de las naciones débiles de la cadena capitalista mundial, debemos añadir otra en el campo económico, la naturaleza rentística de la economía que deriva de la propiedad del Estado sobre la riqueza petrolera y minera.
Una más, de índole político–cultural, la herencia de división y fragmentación que apareció con la disolución de Gran Colombia y la muerte del Libertador Simón Bolívar. Ambas, constituyen una pesada carga que condiciona severamente el desarrollo de un modelo económico y político socialista.
Esto explica, en buena parte, por qué a pesar de tanto esfuerzo en los últimos 15 años, se haya hecho tan difícil la consolidación de las bases fundamentales que hagan posible la superación del capitalismo dependiente petrolero, y la construcción de un modelo socialista humanista.
En la concepción chavista (la construida por Hugo Chávez) las nociones anteriores están claramente identificadas. El Estado controla los sectores estratégicos de la economía, pero el sector privado continúa existiendo y opera en el mercado con todas sus categorías económicas. La renta petrolera sigue existiendo como el principal mecanismo de acumulación y reproducción de la vida económica de la Nación. Su distribución en la última década ha sido con razón, para resolver los dramas de la pobreza y la exclusión social heredados del viejo capitalismo de pequeñas elites oligárquicas.
En el plano de la conciencia, también se ha realizado un enorme esfuerzo, para que la población supere la cultura rentística, con todos los subproductores que de ella derivan (clientelismo improductivo; afán desmedido de riqueza; consumismo, etc.) pero no ha sido tarea fácil alcanzar los niveles requeridos para consolidar una mayoría política sostenible en el largo plazo histórico. Los saldos verificables en este orden fueron el fruto del peso histórico del liderazgo y la personalidad de Hugo Chávez, a costa de su propia vida. Hay que tener clara conciencia de que todavía falta mucho por hacer, y que desafortunadamente ya no tenemos al Gigante, por lo cual la cantidad de energía a poner en movimiento es infinitamente mayor.
La etapa actual de la Revolución nos obliga a una reflexión profunda, no para hacernos el haraquiri, sino para entender la necesidad que existe de producir un enorme salto económico, en la perspectiva de avanzar hacia el “punto de no retorno”. De allí la naturaleza constructiva del debate que tenemos por delante. Y toda crítica debe estar acompañada de una proposición. Y toda proposición debe ser formulada desde la convicción autocritica de que en las deficiencias, en los errores cometidos en el proceso, está implícita nuestra responsabilidad.
No puede negarse que hoy existen severas dificultades a enfrentar con firmeza, y a riesgo de que algunas medidas de políticas económicas puedan ser interpretadas como desviaciones de derecha o concesiones indebidas a sectores no socialistas. Existen momentos en la historia en que debe elegirse entre el conformismo del poder o el riesgo de la audacia para sostener la Revolución en el largo tiempo.
En este gran debate propositivo además de los requisitos expuestos, es indispensable no perder de vista algunas premisas, a objeto de que las conclusiones finales al ser el producto de la exacta interpretación de la realidad objetiva, nos conduzcan a la construcción de las sólidas bases que hoy requiere nuestro proceso. Veamos:
1.- Es necesario partir del hecho cierto de que hoy en Venezuela no existe un sistema económico socialista. En esto repito lo dicho en el libro Hugo Chávez y el Desafío Socialista: “Una cosa es tener un Estado-Gobierno de orientación socialista, y otra muy distinta es creer, por ello, que el sistema económico dominante es socialista”. A veces escuchamos y leemos escritos de gente que actúa de buena fe, que hablan del socialismo venezolano como un sistema ya construido, cuando en la realidad lo que aún existe y continua dominando es el sistema económico capitalista. El problema planteado entonces, no es la consolidación del socialismo, sino la superación del capitalismo. En este camino, el papel del Estado – Gobierno de orientación socialista es fundamental para el control y la regulación de la economía capitalista, y la promoción de los nichos e injertos de economía que perfilen el nuevo sistema en construcción.
2.- La capacidad metabólica del capitalismo mundial está en pleno funcionamiento, ahora con más fuerza a través de los mecanismos definanciarizacion del capital, de modo que constituye una falsa premisa lo planteado por algunos teóricos en el sentido de que la reproducción del sistema a escala internacional se encuentra en crisis terminal, en virtud del agotamiento de su capacidad metabólica. Lo concreto es que el sistema continúa reproduciéndose aun dentro de su lógica destructiva, y dominando a las naciones débiles de la periferia mundial.
Esta realidad hade tenerse en cuenta a la hora de discutir el modelo económico a implantar en la transición socialista, no hacerlo implicara deslizarse hacia la utopía y, aún más, hacia la fantasía.
De lo anterior deriva, el peso que el mercado mundial posee para evitar el ritmo de avance de los procesos de desconexión que se desarrollan en los países del capitalismo periférico, más en nuestro caso por la dependencia de la captación de excedentes económicos en forma de renta petrolera.
3.- Nuestro debate propositivo, está llamado a ser también el más claro deslinde con las posiciones que en la derecha sostienen la tesis del fracaso del modelo instrumentado. Y en esto la defensa del modelo no puede hacerse desde la visión economicista pues, no existe, ni ha existido nunca, un modelo económico desconectado de un determinado modelo político y social, con una determinada concepción del ejercicio del poder político. La defensa del modelo debe enfocarse desde una perspectiva de totalidad, desde el ángulo de la economía política crítica, incorporando, además de las realizaciones económico-sociales alcanzadas, lo hecho en el terreno político con la construcción de la democracia socialista y la estricta observancia de los derechos humanos fundamentales; en el campo social, con la más amplia inclusión social que jamás se haya visto; en lo geopolítico, con el surgimiento de los nuevos organismos de la integración latinoamericana y caribeña, como contribución al surgimiento de un mundo multipolar; en lo ético–cultural, con el empeño de forjar una contracultura como fundamento de la nueva hegemonía.
Reducir el debate solo al ámbito económico es caer en la trampa ideológica del cientificismo economicista, sería el mismo fiasco de la pretendida ciencia económica pura.
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